Nazco en un pequeño pueblo de interior, antigua posada romana de la vía Augusta. Empiezo a pintar a los 12 años porque veo en casa de mi abuela unos pequeños paisajes dibujados por mi abuelo al que apenas conocí.
Descendiente por parte materna de antiguos terratenientes venidos a menos ya desde el siglo XVIII, que disimulaban sus orígenes “marranos”. De familia campesina por parte paterna, cuyo apellido aparecen referencias de campiñas locales del siglo XII.
Mezcla de declive burgués y practicidad campesina, debo mi amor a la pintura a una ínfula transmitida por mi abuelo materno. Persona de gran sensibilidad, mal carácter y memoria fotográfica, anota y dibuja sus peripecias durante la guerra de África. Su cargo de intendencia le permite llevar sus diarios sin que sus compañeros le descubran.
De pequeño estuve muy marcado por mi padre y su alargada sombra. Sólo escapé dos veces antes de la adolescencia. Una fue en Toledo, donde pude ver por primera vez al Greco.
Otra escapada fue cuando gané un concurso de dibujo local cuyo premio era un viaje en globo aerostático.
Lleno de fuertes contradicciones, por la madrugada me debato entre la dinámica exploradora y la estática improductiva.
Empiezo a exponer mis pinturas coincidiendo con la muerte de mi padre por una repentina enfermedad.
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